viernes, 9 de abril de 2010

Sábado de gloria


El sábado previo a Pascua fue una fiesta. Ya camino al convento, en la Isla Maciel se vivía el aire festivo: sentados afuera de sus casas, haciendo algún mandado, otros conversando en el bar de la esquina, calesitas girando a esa hora de la mañana….mucha más gente que lo habitual en las calles.
Los niños fueron a recibirnos, como siempre. Primero unos pocos, luego se sumaron más. Cuando nos dimos cuenta, eran más de 40. Ya en el camino, Marcos me preguntó qué haríamos para festejar Pascua. “¿Huevos?”, se ilusionó. Miró el bolso negro gigante, ese que viene atado a Caro, quizá buscando una pista que oliera a chocolate. Puse mi mejor cara de nada, aunque mi sonrisa,  según él, me delató. Pedí silencio con el dedo, estilo enfermera de hospital, pero él ya estaba corriendo para abrazarlo a Franco. “¡Ahí está el rengo!”. Entraron juntos, sonrientes.
Que la mañana tendría algo especial podía presentirse. Nos esperaba la rutina de siempre, pero todos parecíamos saber que el encuentro nos tenía reservado algo más.
Estuvo la leche que preparó Tomy en la cocina nueva, los estoicos sánguches (esta vez, integrales: “No había pan blanco; mejor, así consumen fibras”, me confió Andre, en medio del reparto), también estuvieron las bandejas con budines bañados en chocolate. Luego, el apoyo escolar: de primero a quinto en el aula grande y los dos grados altos en la capilla, con la seño Luján, experta en rebeldes.
Ya sobre el final del apoyo entró el padre Francisco –recién regresado de Haití- al aula grande. Apenas se asomó, pero muchos lo siguieron y fue una invitación a cerrar cuadernos y salir un rato al patio. Allí, sentados en ronda, empezamos a vivir ese sábado “de gloria” que se preanunciaba. Los vecinos Jorge Brianes, Mary y su hija Daniela –siempre presentes en los momentos importantes- nos sorprendieron con una caja con 60 huevos de Pascua que ellos mismos hicieron para los chicos del DeporVida. El padre Francisco pidió un aplauso que, inflado por las risas, llenó el convento.
Decidimos no repartir los huevos hasta después de la actividad recreativa, que, con semejante nivel de exaltación, sólo pudo hacerse porque tenía que ver con Pascua: ¿Quién no iba a querer llevar a su familia un huevo en una bandeja hecha por sus propias manos y hasta con una leyenda que invitaba a la celebración? El encargado de dirigirla fue Tuni que nos reveló los secretos de sus tubitos de papel.
Como una especie de bonus track, cuando cada uno ya tenía su tesoro de chocolate en su bandeja de papel, se abrió el bolso negro (que supo esperar su momento) y aparecieron los huevos que desde el DeporVida teníamos reservados para los chicos y las revistas Tiki-Tiki que, gracias a la gente de Olé, completaron un combo especial. Me habían dicho que comer chocolate da felicidad, pero a nosotros la alegría se nos anticipaba.
Antes de despedirse, Marcos puso su mejor sonrisa pícara. No hizo falta que él dijera que había sabido guardar un secreto.

Texto: Verónica Dema / Fotos: Andrea Romero Rendón